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El pacto entre China y Estados Unidos podría continuar con la guerra comercial


PEKÍN — El presidente estadounidense, Donald Trump, y China dicen que su reciente pacto comercial solo es el inicio de una nueva relación entre las dos economías más grandes del mundo. Según la Casa Blanca, los futuros acuerdos harán que China sea un mejor socio comercial. Pekín afirma que vislumbra el fin de los aranceles estadounidenses y de la agotadora guerra comercial.

Tal vez los dos estén equivocados.

El pacto comercial parcial del 15 de enero, considerado por ambas partes como una tregua, podría ser el legado perdurable de más de dos años de conflicto económico. Podría garantizar que las compras de mercancía china por parte de Estados Unidos, que ya van en descenso, disminuyan todavía más. Y en vez de reparar la relación, podría distanciar todavía más a estos dos titanes de la economía y transformar la manera de hacer negocios en el ámbito mundial.

El acuerdo que firmaron el 15 de enero Trump y el viceprimer ministro Liu He, el principal negociador comercial de China, reduce algunos de los aranceles estadounidenses impuestos durante los dos últimos años a las mercancías chinas e impide que haya otros más. Compromete a China a comprar, durante dos años, 200.000 millones de dólares más en grano, cerdo, aviones, equipo industrial y otros productos. Exige que China abra más sus mercados financieros, proteja la tecnología y las marcas estadounidenses y, a la vez, cree un foro para que ambas partes puedan limar asperezas.

Lo que no hace es atacar las causas que dieron origen a la guerra comercial. El acuerdo no aborda los subsidios de China a las industrias nacionales ni su firme control sobre las palancas fundamentales de su economía pujante. El acuerdo también mantiene la mayoría de los aranceles de Trump sobre la mercancía china por un valor de 360.000 millones de dólares, un impuesto mucho más alto del que los estadounidenses pagan por los productos procedentes de prácticamente cualquier otro lugar.

Podrían pasar muchos años antes de que se puedan resolver esos asuntos. De hecho, parecen limitadas las posibilidades de que se llegue a un segundo acuerdo pronto. Trump ha dicho que tal vez espere hasta después de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, en noviembre, para concluir lo que ambas partes llaman la “fase dos” del acuerdo.

Hasta entonces, los consumidores y las empresas estadounidenses seguirán comprando menos mercancía de China. Por su parte, el gobierno chino continuará buscando clientes en otras regiones. La relación de Estados Unidos con China, un motor vital del crecimiento económico global durante décadas, se debilitará todavía más.

“La guerra comercial ha desencadenado una serie de fuerzas estructurales que probablemente tengan un efecto moderador sobre las importaciones procedentes de China durante un tiempo en el futuro”, señaló el economista Eswar Prasad, especialista en China de la Universidad de Cornell.

Algunas circunstancias imprevistas podrían cambiar todo eso. Una crisis económica podría hacer que uno o ambos regresen a la mesa de negociaciones. Trump ha roto acuerdos comerciales en el pasado. Tal vez los estadounidenses elijan en noviembre a un dirigente menos agresivo en materia de comercio.

Pero hasta el momento, ambos países han demostrado que están dispuestos a alcanzar su objetivo económico. La economía, el mercado laboral y el mercado de valores de Estados Unidos han mejorado desde que comenzó la guerra comercial hace casi dos años, pese a que muchas personas se preguntan cuánto tiempo puede durar eso. En el ámbito político, los demócratas han presionado a Trump para que sea más estricto, y no menos, en el comercio con China.

En China, la guerra comercial solo ha sido uno de los factores que han provocado la desaceleración económica y parece que Pekín se siente capaz de manejar bien ese problema.

En las últimas semanas, los asesores del gobierno de China han destacado la importancia de hablar sobre las medidas que puede tomar Pekín —como ayudar al mercado laboral o encontrar nuevos socios comerciales en otro lugar— y no sobre las que no puede tomar. Aunque se han reducido las exportaciones chinas a Estados Unidos, sus ventas en otras regiones, en especial en los países pobres, se han mantenido firmes. En los últimos meses, Pekín ha buscado con empeño abrir todavía más mercados.

Además, si China se queja del acuerdo, podría parecer débil, lo cual es inaceptable en un país donde el Partido Comunista se presenta como el libertador de un siglo de humillaciones por parte de las potencias extranjeras.

El 16 de enero, los medios de comunicación estatales y los economistas chinos recibieron el acuerdo como un respiro de lo que han sido dos años de una atención casi constante por parte del gobierno y de muchos ciudadanos en general en el asunto del comercio. El pacto del 15 de enero “ofrecerá al menos una tregua en esta guerra comercial”, dijo He Weiwen, un destacado economista chino, especialista en comercio y exfuncionario del Ministerio de Comercio.

Los funcionarios chinos no han sido intransigentes. En los últimos meses, incluso antes de que firmaran el pacto comercial, relajaron las restricciones del gobierno a las empresas extranjeras en las industrias financiera y automotriz, y se comprometieron a poner un alto a los intentos de las empresas chinas de obligar a sus socios extranjeros a revelar sus secretos comerciales más confidenciales.

Sin embargo, con respecto al tema principal del apoyo gubernamental y el control de la economía, Pekín se ha mantenido firme.

El gobierno de Trump y las empresas estadounidenses se han quejado de que China utiliza de manera desleal las enormes arcas del gobierno para desarrollar industrias que competirán directamente con entidades establecidas en Occidente. En los últimos años, China restó importancia a esos esfuerzos cuando aumentaron las tensiones comerciales.

Parece que ahora China es menos discreta con respecto a esos esfuerzos. Al inicio de la guerra comercial, Xi Jinping, el máximo dirigente de China, visitó una empresa china de semiconductores, una industria a la que Pekín le ha otorgado muchos subsidios, para brindarle su apoyo. Nuevos datos señalan que China ha acelerado su Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, un plan impulsado por el gobierno para financiar y construir carreteras, redes de telecomunicaciones y otras infraestructuras en los países en vías de desarrollo, lo cual allanaría el camino para más exportaciones chinas.

El precio de la actitud impetuosa de China es el reordenamiento de las cadenas de suministro a nivel global que sus fábricas han alimentado desde hace mucho tiempo. Las empresas las han mantenido en China incluso después de que se dispararon los salarios y otros costos durante la última década.

La guerra comercial ha detenido esa inercia, y muchas empresas han comenzado a trasladar sus cadenas de suministro a otros lugares para evitar los nuevos aranceles o la posibilidad de que haya todavía más. En noviembre, las exportaciones chinas a Estados Unidos se redujeron más de una quinta parte con respecto al año anterior. Ahora, las exportaciones a Estados Unidos representan solo el cuatro por ciento de la economía china.

Sin embargo, esto no significa que los empleos que se fueron a China durante las últimas dos décadas regresarán a Estados Unidos. Los altos costos de la mano de obra y el cumplimiento reglamentario en Estados Unidos, aunado a la persistente escasez de mano de obra calificada, han hecho que la mayoría de las empresas multinacionales duden en llevar su manufactura a Estados Unidos. Más bien, parece que los máximos ganadores son los aliados de Estados Unidos como Vietnam, Taiwán, Indonesia y, tal vez, India, adonde están llegando avalanchas de ejecutivos multinacionales que buscan alternativas a China.

Incluso si ambas partes llegaran a la mesa de negociaciones con nuevas concesiones, es difícil que se concluyan los acuerdos comerciales. El pacto del 15 de enero fue el resultado de más de dos años de negociaciones que no se concretaban. Otros pactos importantes, como el T-MEC —el acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá—, tardaron incluso más tiempo.

Cuanto más tiempo pase, más se distanciarán esos países en términos económicos.

Sin la guerra comercial, tal vez Estados Unidos habría comprado 550.000 millones de dólares o más de mercancía china este año, dijo Brad Setser, economista especializado en China, primero como funcionario del Departamento del Tesoro en el gobierno de Barack Obama y ahora en el Consejo de Relaciones Exteriores con sede en Nueva York. Señaló que incluso con el acuerdo del 15 de enero, es muy probable que este año las importaciones a Estados Unidos procedentes de China sean de aproximadamente 400.000 millones de dólares.

“Es evidente que los aranceles han tenido un gran impacto”, afirmó.

Keith Bradsher es el jefe del buró de Shanghái. Anteriormente fue jefe de los burós de Hong Kong y de Detroit, fue corresponsal de Washington en temas de comercio internacional, de economía de Estados Unidos y reportero de asuntos de telecomunicaciones y aerolíneas. @KeithBradsher






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